De voluntariado a voluntarismo

Si usted va al banco y se entera que el ejecutivo a cargo de su cuenta es una persona que dedica su tiempo libre a administrar sus dineros, pero que su trabajo principal es otro ¿qué pensaría? Si usted se entera que el profesor que educa a sus hijos no es realmente profesor, sino una persona que por buena voluntad dedica parte de su tiempo a ello ¿le gustaría? Si usted decide contratar una consultoría para su empresa, ¿le gustaría que el profesional a cargo fuera la persona con más tiempo disponible, o bien alguien que realizará su trabajo si y solo si el tiempo se lo permite?

Las casos anteriores están implícitos en el día a día sobre todo en una sociedad basada en el lema “el cliente tiene la razón” y donde el SERNAC es una de las instituciones públicas más concurridas. Ahora bien, la pregunta que surge desde ahí es por qué la mayoría de las organizaciones sin fines de lucro hemos configurado nuestros programas sociales tomando como base  para su ejecución la acción de voluntarios. En otras palabras, ¿Por qué se justifica que a personas de escasos recursos le entreguemos iniciativas desde voluntades ad – honorem, pero probablemente nosotros, teniendo la capacidad de pago, no estaríamos dispuestos a elegir esos servicios gratuitos?

Muchas veces como ONG´s nos escudamos ante esos cuestionamientos bajo respuestas tales como “no tenemos recursos para pagar una planta de profesionales” o bien, “el voluntariado es un fin por sí mismo, ya que es un espacio formativo para miles de personas”. Ambas visiones son completamente ciertas, las comparto y las he vivido. El problema es que, a mi juicio, hemos abusado de estas dos miradas; hemos pasado del ejercicio del voluntariado a un especie de voluntarismo crónico en las organizaciones sociales, posicionando a la acción voluntaria como uno de los requisitos fundamentales en la implementación de iniciativas y olvidando muchas veces la búsqueda de estrategias para obtener la mayor eficiencia en los servicios que entregamos a nuestros beneficiarios directos.

Algunas organizaciones tienen como fin principal la formación de profesionales socialmente responsables en donde las iniciativas generadas pasan a ser una externalidad positiva para ellos. Sin embargo, la gran mayoría tenemos como beneficiario directo a grupos con gigantescas necesidades sociales, donde muchas veces la implementación de programas y proyectos en base a acciones voluntarias no son la opción ideal desde un punto de vista de eficiencia social.

Luego de haber sido voluntario durante varios años y hoy estar trabajando profesionalmente en una ONG soy un convencido de dos cosas: La primera, es que la falta de recursos económicos no justifica en ningún motivo el diseño, a priori, de programas en base a voluntarios. Lo primero que se debe  hacer es definir claramente quién es específicamente nuestro beneficiario directo, quiénes son los indirectos y cuáles son los indicadores de resultado que buscamos en ellos. En otras palabras, cómo queremos que estén nuestros beneficiarios luego de nuestra intervención. Sólo recién de haber definido lo anterior, se debe elegir cuáles van a ser las vías para obtener esos resultados de la manera más eficaz posible. El voluntariado es sólo una opción entre muchas otras, no necesariamente la principal. Por más trivial que parezca el ejercicio anterior, una buena identificación de actores nos obliga a tomar decisiones fundamentales en nuestras estrategias situando como base la calidad de nuestras iniciativas, las cuales muchas veces nos exigirá, por ejemplo, decidir hacer poco pero bueno, en vez de mucho pero a medias.

La segunda cosa de la cual estoy convencido es que realizando intervenciones de calidad, por pocas que sean, los recursos económicos, y por ende la cobertura, llegan por añadidura.