Ser campeón del mundo no es fácil y no es casualidad. España nunca pudo ser campeón antes del 2010 porque si Iker Casillas, arquero español que no vivía en contextos vulnerables, hubiera nacido en otra generación hubiese preferido estudiar en la universidad antes de convertirse en el mejor arquero del mundo.
Ya han pasado varios días de aquel travesaño y muchos chilenos nos seguimos preguntando qué sería de Chile si ese remate de Pinilla hubiera entrado. Después de varios días pensando en ese momento empecé a buscar respuestas más racionales que emocionales. Hoy pienso que quizás ese gol nunca debió entrar. El travesaño estaba ahí por algo y cuando un equipo va a ser campeón del mundo los goles entran siempre y no por suerte.
En 2010 España fue campeón y hasta que se iniciara este mundial era el mejor equipo del mundo sin cuestionamientos. Pero, ¿cuándo España se convirtió en el mejor equipo del mundo? Veamos la historia. En el mundial de Alemania 2006 el equipo español llegó sólo a octavos de final, en donde todos esperaban más luego de una correcta actuación en 2002. Pero en ese mundial los tiros españoles tampoco entraban al arco, al igual que el remate de Pinilla. Iban en buen camino, pero aún no era su momento. Esa generación bendita fue parte de un proceso de corto, mediano y por sobre todo de largo plazo, en donde la primera gran alegría llegó sólo recién en 2008 al ganar la Eurocopa para luego ser campeones del mundo sin cuestionamientos en 2010. Los mismos tiros que no entraban en 2006, con los mismos jugadores, en 2010 entraban todos.
Para ser campeón del mundo se requiere un trabajo de largo plazo y mirando hacia las bases. Chile ya inició ese camino, pero a medias. Mirar hacia las bases no solo es mirar hacia las inferiores del Colo – Colo, la U y la Católica. Es mirar hacía todos los territorios de un país y en todas sus direcciones. ¿Cuántos Garys no llegan a entrenar a un equipo profesional porque no tienen como pagan la micro? Muchos. ¿Cuántos Chapitas Fuenzalida dejan el fútbol porque están convencidos que su costo de oportunidad es muy alto? Cientos. ¿Cuántos chilenos ni siquiera alcanzan a soñar con ser futbolistas porque viven lejos de la capital y de las grandes ciudades? Miles. España nunca pudo ser campeón antes del 2010, porque si Iker Casillas, arquero español que no vivía en contextos vulnerables, hubiera nacido en otra generación hubiese preferido estudiar en la universidad antes de convertirse en el mejor arquero del mundo.
Para ser campeones del mundo requerimos el trabajo de todos, y no sólo de genios entrenadores como Bielsa y Sampaoli. Se requiere el trabajo del gobierno, de las universidades, de los empresarios, de las familias, de los colegios, de los municipios. No sólo en mejorar nuestra técnica y construir más infraestructura deportiva, sino en cómo posicionar al futbol como una herramienta de integración social, avanzando en la descentralización y generando un trabajo sostenible en donde los resultados no dependan de un cuerpo técnico en particular. Que todos tengamos una misma mentalidad de juego y de vida como chilenos y no sólo algunos. Así no sólo seremos campeones del mundo, también estaremos en la vía correcta para ser un país desarrollado.
De nada sirve que muchos niños aprendan del coraje y la garra de Gary Medel, del liderazgo de Claudio Bravo y de la técnica de Alexis, si al momento de elegir ser futbolistas el rico dice no porque es mal visto, el pobre dice sí, pero no tiene tiempo porque desde siempre ha tenido que trabajar y el niño de un pequeño pueblo alejado de los centros urbanos ni siquiera lo ve como una opción, ya que no tiene como vivir en la gran ciudad.
Esta generación, de la mano de Bielsa y Sampaoli, ya iniciaron el camino correcto para ser campeones del mundo, pero esa condición es necesaria pero no suficiente. Ahora es la sociedad chilena, todos nosotros, los que debemos hacer nuestra parte. Desde diversos frentes, visibilizando todos los territorios, disminuyendo nuestra segregación y posibilitando espacios de encuentro con un sueño en común. Todo para que los próximos ídolos que lleguen a La Moneda no sólo reciban aplausos, sino también copas.