La felicidad se ha transformado -desde el siglo XVIII hasta nuestros días- en un tema fundamental, ya que antiguamente en las sociedades de la carencia lo más valorado era ser héroe, aquella persona que se la jugaba por la sociedad para generar bienes ante la escasez. Posteriormente la sociedad fue más teocéntrica, centrada en la fe y la religión. El objetivo era ser santo.
Luego se produce una revolución cultural con el renacimiento donde el ser humano ocupa el centro del universo y a partir de ahí se avanza hacia una preocupación más en el ser humano y no en dios. Aquello da pie a la ilustración. Empieza una nueva concepción de la existencia en donde la pregunta es qué debe conseguir el ser humano para estar mejor. Luego, desde finales del siglo XIX y principios del siglo XX, esto se conceptualiza a través de la psicología, la sociología y la antropología apareciendo el concepto de bienestar subjetivo de las personas que deriva en el concepto de la felicidad.
Llegamos a nuestro presente y nos encontramos con la sociedad de la abundancia a pesar de que existen aún sectores de la sociedad que viven en la carencia. Hoy el objetivo transversal es la búsqueda de bien estar de las personas. La búsqueda de la felicidad atraviesa a todas las clases sociales.
La felicidad antes no se concebía. Surge después del siglo XV a través del conocimiento crítico de sí mismo. Aquello se suele definir como el giro axial en la cultura del ser humano. Es lo que lleva a Grecia a una actitud de criticar el funcionar del homo sapiens, es decir, surge la capacidad de criticarse a sí mismo y la manera de funcionar. Antes la vida estaba basada en un pensamiento mágico. Con Grecia aparece el pensamiento crítico. Nace la filosofía.
El ser humano nace preocupado de sí mismo para poder subsistir. Para poder subsistir se requiere estar centrado en las propias necesidades y no en la necesidades de los otros. Posteriormente el ser humano evoluciona hacia un método que ayuda mucho a la subsistencia que tiene que ver con ser gregario y compartir con los demás. Esto toma mucha fuerza en torno a la relación de pareja y familia y posteriormente a la tribu. Los seres humanos hemos crecido en nuestra capacidad mental más por ser seres sociables que por ser tan lucidos con nuestro entorno. El tener que criar a un hijo durante un mínimo de 4 años para que pueda incorporarse a la tribu y luego por alrededor de 12 años para que pueda desenvolverse en la sociedad llevó al homo sapiens a mayores grados de sociabilización entre seres humanos.
Resumiendo: el ser humano tiene una condición inicialmente muy egocéntrica porque tiene que luchar contra la subsistencia y por lo tanto tiene que estar preocupado de qué es lo que a él daña y qué es lo que a él lo beneficia. Eso tiene mucha fuerza hasta el día de hoy ya que genéticamente somos iguales los cazadores recolectores del pasado. Ya desde nuestra genética contamos con una tendencia egocéntrica muy fuerte. Esta tendencia se fue moderando en la medida que fuimos descubriendo que la asociación con otros y el ser gregarios nos producía mucha eficiencia. Inicialmente para formar una familia y criar al hijo, durante los primeros cuatro años y luego hasta alcanzar su adolescencia. Al mismo tiempo para poder mantener al grupo familiar era necesario mantener una relación con el grupo social en el sentido de la tribu que hoy es lo que corresponde como grupo de referencia: aquellas personas que invitamos a un matrimonio o que nos van a ver al cementerio cuando nos morimos.
Por lo tanto, hay una tendencia muy instintiva hacia el egocentrismo y también una tendencia instintiva hacia la generosidad. Estos dos factores van interactuando y van construyendo una determinada identidad en el sujeto dependiendo de las experiencias que vive durante su desarrollo especialmente durante los primeros 14 años.
Y desde ahí se va generando un sujeto que va a tener más tendencia hacia la apertura, la generosidad y la preocupación por el otro o bien un sujeto más centrado en sí mismo, más egocéntrico y con mayor sobrevaloración narcisista de sí mismo.
En términos culturales, si bien hay bastante controversia en esto, se puede decir que ha habido un desarrollo en la cultura de la humanidad hacia cada vez más poner el acento en lo relacional por sobre lo desvincular. Es decir, cada vez vamos apreciando mucho más la importancia del congregarnos, respetarnos, querernos y preocuparnos por el otro.
Nos hemos dado cuenta que la calidad de la vida del ser humano depende mucho más de la calidad de sus relaciones interpersonales donde predomina el amor que donde predomina el odio.
La indiferencia hacia el otro a nivel social tiene un componente de egocentrismo por lo tanto no quiero reparar en el otro, pero la indiferencia en las relaciones íntimas, es decir en la relación de pareja, hijos, padres y amigos es porque se ha instalado otra emoción que es muy compleja: la emoción del odio. Es decir, indiferencia no es sinónimo sólo de egocentrismo, sino también que muchas veces está acompañada de rabia, odio y resentimiento.
La agresión es un instinto fundamental para el desarrollo de la especie. Los animales pueden sobrevivir en la medida que tengan una agresión al servicio de la defensa y al servicio del ataque para conquistar cosas. En el ser humano es exactamente igual. La diferencia con los otros animales que es que la agresión en el ser humano, a razón de que somos seres que tenemos memoria se puede ir acumulando en el recuerdo y esto puede dejar un resentimiento personalizado.
En un animal que ha sido atacado posteriormente él se olvida de ese ataque. A lo más puede tener un recuerdo condicionado. De este modo, puede establecer relaciones con animales que han sido fuente de agresión hacia él. El ser humano, en cambio, tiene la cualidad de poder de personalizar la agresión y recordar muy bien quien le hizo aquello que le dolió, le frustró o le complicó. Esa capacidad de personalizar la agresión nos hizo ser sujetos muy eficientes del punto de vista de la sobrevivencia. ¡Acordarse de los enemigos es muy importante para sobrevivir!
Por lo tanto, el odio es tan importante como el amor. El amor es el recuerdo de aquel que me dio muchos momentos positivos que me llevaron de alegría y momentos gratos y por ende voy creando un vínculo amoroso con esa persona gracias al recuerdo. Los seres humanos tenemos esa maravillosa capacidad de memorizar el rostro del rostro.
El ser humano entonces en la medida que ha tenido que enfrentarse a todas las vicisitudes que significa el vivir en relación a los demás muchas veces, fruto de frustraciones y competencias, aparece el odio destructivo y ahí se desencadenan las guerras, zancadillas y actos criminales que podamos imaginar.
Cuando estamos hablando de relaciones humanas, el ser humano tiene una tendencia a reparar en el otro. Especialmente cuando se trata de relaciones íntimas, pero también con el grupo de referencia. Y en la medida en que hemos ido evolucionando hemos ido también adquiriendo la capacidad de reparar en el otro en abstracto, es decir, de reparar en una sociedad que no veo. Puede ser en alguien de otro país o bien un vecino que todavía no conozco, pero que sin embargo, representa para mí un otro, un sujeto.
Por lo tanto, hablar de indiferencia cuando instintivamente el ser humano tiene una tendencia a reparar en el otro, quiere decir que lo que hay es una energía psíquica puesta al servicio de la defensa o del ataque, es decir, cuando hay rabia, cuando hay odio. Cuando hay indiferencia en los vínculos posiblemente lo que esta es que el vínculo está impregnado de odio.
En la medida en que el otro se plantea ante mí en una actitud en la que no me reconoce como persona genera una frustración muy grande y por lo tanto un resentimiento y aumento del odio. Cuando se habla de odio siempre se tiende a pensar en un sentido muy violento, pero hay que pensar que es un mecanismo psicológico que ha servido mucho para la subsistencia del ser humano y que es una emoción proveniente de la agresión cuyo desafío es elaborarla. Porque las relaciones humanas se destruyen no porque no se cultive el amor, sino porque crece mucho el odio. Y el odio que lleva a la indiferencia y la indiferencia lleva al odio.
El odio es la acumulación de recuerdos negativos y frustrantes en la relación con otra persona que van a activar en mí una agresión. La manera en que yo maneje esa agresión va a cualificar el odio. Y por lo tanto si yo manejo la agresión al servicio de la construcción del vínculo será un odio positivo. En cambio, si lo uso al servicio de la destrucción del vínculo será un odio negativo.
Por ejemplo, si la relación con mi pareja es fuente de enorme frustraciones y por lo tanto me va resintiendo, eso va generar un resentimiento acumulado que desencadenará en un sentimiento de odio. Si lo elaboro con ella o él, si lo trabajo, si me doy cuenta que esta señal emocional me está alertando que tenemos un problema grave, y por tanto enfrento a mi pareja con todo el conflicto que eso puedo implicar, ese es un odio al servicio del crecimiento del vínculo, porque en la medida en que yo me voy resintiendo voy a terminar en un odio que va a llevar a la indiferencia y ahí se acabó la pareja.
Conversación con Ricardo Capponi, psiquiatra. Segunda parte