Por redes sociales sigo la candidatura de Benito Baranda a la Convención Constitucional. Al ver sus entrevistas me hace recordar un gran sueño: que las personas que trabajan en fundaciones ocupen cargos públicos. Pasar del mundo de las organizaciones sin fines de lucro a la política. Un paso difícil, el mundo político tiene sus lógicas que espantan.
Quienes habitan el mundo empresarial han logrado hacer frente a esas barreras. Hoy en Chile, y en gran parte del mundo, somos gobernados por empresarios. Donald Trump fue el máximo referente de esta tendencia. Sebastián Piñera es nuestro representante. Orgullosos empresarios que no reniegan su trayectoria y se incorporan al mundo político alcanzando el mayor de los objetivos: la presidencia de los países.
Su principal carta de presentación es traer la eficiencia del mundo privado a la gestión pública. Hacer de los gobiernos una verdadera empresa en donde el objetivo, como toda empresa, sea maximizar los recursos escasos. En algunos aspectos los ministros-gerentes han contribuido a la administración pública. La burocracia estatal en cierto punto hoy es menos engorrosa.
¿Será algún día Benito Baranda presidente de Chile? Esa pregunta me hago cada vez que veo noticias de su candidatura. ¿Será el momento en que la sociedad civil pierda el miedo a entrar a la política tal cual lo hicieron los empresarios? Quizás estemos frente a la punta de un hermoso iceberg. Aquella en donde las personas que llevan años trabajando frente a las realidades más difíciles -y sin un incentivo de lucro mediante- sean quienes lideren el futuro del país.
Pienso que si los empresarios contribuyeron a la eficiencia de la gestión pública, los representantes de la sociedad civil pueden aportar a la humanización de ésta. Porque de algo en lo que son expertos las personas que trabajan en fundaciones es en poner el propósito social en el centro de sus vidas.