Las cegueras

Ayer fueron guerras y dictaduras. Y más atrás innumerables casos de autodestrucción humana. ¡La conquista de América fue incluso más sangrienta que la segunda guerra mundial! La historia la escriben los vencedores. Ignorancia, miedos, luchas de poder ante la escasez de recursos, lo cierto es que las sociedades, al igual que las parejas, no fracasan por no cultivar el amor, fracasan por no depurar el odio. Quizás, la leyenda bíblica de Caín y Abel simplemente daba cuenta del destino del homo sapiens dando inicio a la disputa por los espacios y los afectos.

El amor, el odio y todas las emociones que sentimos los seres humanos son de origen cultural. ¿Cuál ha prevalecido? Ni la una ni la otra. El comercio ha sido el gran configurador de las sociedades más allá de toda emoción. La escritura, tal vez el mayor hito de progreso de la humanidad, no fue inventada para hacer poesía, sino para vender más. Más y mejor. Pero debemos también ser justos: concedámosle al comercio el privilegio de habernos acercado y a la escritura la esperanza de transmitir sentimientos. Neruda en sus memorias dice que los españoles se llevaron todo, pero también nos dejaron todo: nos dejaron las palabras.

Si adelantamos la historia nos encontramos con los derechos humanos, norma y ley reciente después de tantas muertes. La ONU, un árbitro que marca el offside en la convivencia humana. Las redes sociales, el símil al VAR dentro de una sociedad de consumo que ha trivializado el amor y la felicidad transformándolas en un producto más. Si se puede vender, bienvenido sea. Si se puede comprar ¡MATCH! el partido tiene a sus dos jugadores en cancha. Y si seguimos con las metáforas futboleras es preciso preguntar ¿por qué nos hacemos tantos autogoles?

Hoy vivimos solos e híper conectados, la gran paradoja de nuestros tiempos. Estamos más informados, pero ¿somos más conscientes? Tenemos acceso a una oferta de información ilimitada y no regulada que configura nuestros sentires íntimos desde la primera infancia. Y con ello las emociones. Y las emociones negativas no sólo afectan el ánimo, sino que además tienden a paralizar el funcionamiento mental. ¿Seremos más ciegos en el futuro? No lo sabemos. Bien lo dice Mafalda: el futuro ya no es el que era antes. Pero sin emociones positivas, no hay tranquilidad, si no estamos tranquilos, no podremos pensar, si no pensamos, no habrá ciencia, sin la ciencia, el progreso no llegará. ¿Es la felicidad el próximo objetivo a alcanzar como humanidad?

Y las respuestas, cómo siempre en la historia, las responden primero quienes controlan la economía. Nunca antes la riqueza mundial estuvo concentrada en tan pocas manos. Hoy vale más la información que maneja la máquina que la máquina misma. No por nada las grandes fortunas mundiales están concentradas en quienes tienen la propiedad de los algoritmos: Google, Facebook, Amazon. Uber no tiene un solo auto, pero sabe dónde vivimos, dónde nos divertimos, dónde trabajamos.

Si nuestra vida fuera un computador podríamos decir que hoy tenemos dos discos duros. El primero conectado al corazón y el segundo conectado a un satélite. Ambos tienen la misma información y ambos los requerimos para vivir. El primero se llama cerebro, el segundo celular. Y al parecer, aquel satélite sabe lo que necesitamos para ser felices incluso mejor que nuestro propio corazón. ¿Cuál sería entonces el problema? ¿Será que ya no necesitamos ver por cuenta propia?

La tecnología ofrece nuevos paradigmas que están reconfigurando nuestro desarrollo cognitivo y social. Reconozcamos, el mundo siempre cambia para bien y para mal. La diferencia con el pasado es la velocidad de aquellos cambios. La tecnología es aún un debate abierto con diversas miradas, pero con un elemento común: al igual que la escritura, llegó para quedarse. ¿Es a la vez una droga?  Al menos cumple con todas sus características: genera dependencia, entrega sensación de placer inmediata, paraliza la actividad cerebral y con ello desincentiva el lenguaje y la interacción entre seres humanos. Las nuevas generaciones requieren menos palabras para comunicarse y menos personas a su alrededor para crecer y desarrollarse. Y también, al igual que todas las drogas, es un excelente mercado.

Los oftalmólogos definen la ceguera como falta de sentido de la vista. Un militar que mata a un soldado en una guerra es obligado intencionalmente, desde una orden superior y muchas veces a través de drogas, a perder ese sentido. Y quien da esa orden vive un proceso similar. Y si seguimos la secuencia, por lo general nos encontramos con la economía.

Los niños que realizan bullying a un compañero también pierden ese sentido de la visión, pero en ese caso ¿quién da la orden? Y en la indiferencia ante la pobreza o ante quienes cada uno reconoce como una persona inferior ¿quién da la orden?

Y ante uno mismo y sus emociones, ¿quién da la orden?