Las cortinas que nos entregan las ciudades y la tecnología nos resultan cómodas. Tal vez, aún estamos decantando los desastres vividos en el siglo anterior. Preferimos no pensar, un sentimiento legítimo ante cualquier duelo. O pudiera ser que estemos frente a un nuevo juego, y como tal novedad, la mayoría lo quiere jugar. O quizás, efectivamente el tiempo devele que estábamos bajo los efectos de una droga. La droga de la indiferencia.
O será que el mundo ha cambiado de manera tan vertiginosa los últimos años y el asombro ante ello nos mantiene paralizados y encandilados. Hasta el siglo XVIII la mayor parte de la población mundial vivía en la más profunda pobreza. La esperanza de vida era la mitad de la actual. Con la revolución industrial y luego con la revolución tecnológica todo cambió. Y aquellos cambios han sido más rápidos de lo que la evolución permite responder.
La vida, en cualquiera de sus manifestaciones, siempre se ha adaptado a las nuevas condiciones del entorno, pero esos cambios son paulatinos. Ningún organismo es capaz de responder de manera tan rápida. En organismos tan complejos como el ser humano aquello toma aún más tiempo. Pensemos: cada nueva generación de seres humanos oscila entre 25 y 30 años. Es decir, cada pequeño cambio evolutivo lo podemos ver en ese periodo de tiempo. Si observamos los cambios medio ambientales de los últimos 100 años podemos entender por qué muchas especies han desaparecido: no han tenido la velocidad evolutiva para adaptarse. ¿Será la manipulación biológica nuestra única alternativa de sobrevivencia?
Y en los próximos 20 años probablemente veamos más cambios que en toda nuestra historia. Y frente a la incertidumbre que nos entrega un futuro distinto a los anteriores, los seres humanos deambulamos entre dos pensamientos antagónicos: el mundo colapsará, la humanidad en riesgo estará o la tecnología avanzará, la robotización nos salvará.
¿Qué pasaría si las ciudades colapsan, el planeta se agota y ya no podamos cargar nuestro celular? El fútbol seguiría existiendo, sólo podríamos cantar canciones acústicas y los asentamientos serían más pequeños. Pero nosotros, ¿cuántos de nosotros alcanzaríamos la felicidad?
¿Y si vamos hacia el otro extremo? Si efectivamente la tecnología y la robotización avanzan a punto tal que incluso nos permitieran prescindir del histórico negocio que ha configurado las sociedades y ahora es el ocio quien deba darle sentido a nuestra existencia ¿es un futuro sostenible para el ser humano?
Ambos caminos, en diferente sentido, pueden llegar al mismo destino. ¿Qué pasaría si nos vemos todos entre todos?