Las noches de domingo son distintas

El otro día Pablo conversaba con su prima en un asado familiar. Ella le comentó que junto a unos amigos estaba armando una fundación, pero no sabía muy bien cómo iniciar su operación. Pablo le dijo que tenía un amigo que había trabajado en una ONG y que quizás la podría orientar en algo. Ese amigo era yo.

Pauli, la prima, me contactó vía Whatsapp a través del siguiente mensaje: “Hola Jorge (…), con un grupo de personas estamos formando una fundación (…) ya tenemos la personalidad jurídica, pero estamos con el tema de cómo empezar a conseguir dinero. Es una fundación para trabajar con personas en situación de discapacidad en la provincia de Talagante (…) Ha sido bonito el proceso, estamos dándolo todo, pero a la vez ha sido frustrante y agotador…”.

Nos reunimos con Pauli. Por esas fechas justo yo acababa de llegar de compartir un fin de semana fuera de Santiago. Inconscientemente lo primero que hice fue mostrarle una foto donde aparecía todo el grupo que fue. Ella me miró extrañada, no entendía qué tenía que ver eso con el objetivo del encuentro. En la foto aparecían alrededor de diez personas, de edades muy distintas. Mientras ella seguía mirando atónita la diversidad del grupo que componía la fotografía yo le relataba algunos pormenores de aquellos días con claras muestras de alegría.

En un momento ella detiene mi relato y me dice que no entendía nada, que por favor le explicara que tenía que ver esa historia con su proyecto. Le dije que todos los personajes que aparecen en esa fotografía trabajan en fundaciones. Hubo un silencio de alrededor un minuto. Al parecer cuando supo el punto de unión de aquella intergeneracional foto pudo entender un poco más la extraña convergencia.

Le dije que las fundaciones eran un mundo paralelo al mundo real. Que ahí ocurrían cosas que hoy son completamente inusuales al vertiginoso mundo que vivimos en la mayoría de las latitudes de este país, del mundo y en especial en las ciudades. Le di dos grandes razones:   

1. La plata pasa a segundo plano y eso es muy raro hoy. Nadie está aquí en búsqueda de grandes sueldos, no necesariamente porque no nos guste enriquecernos monetariamente, sino porque simplemente no hay. Y eso, que para muchos que miran de afuera al tercer sector lo consideran como una debilidad, termina siendo algo bonito porque elimina la ambición personal y te obliga a la cooperación mutua. Y al estar siempre en una constante limitación de recursos económicos aprendes -a la fuerza- lo simple y fácil que es vivir viendo desde afuera el continuo contraste de cómo en el mundo real nos complicamos y enfermamos por el querer ganar más.

2. Las noches de domingo son distintas. Cuando trabajas en una fundación no existe esa angustia al dormir por el calvario laboral que comienza cada día lunes por la mañana. En el tercer sector a la mayoría le gusta su trabajo y esa es la mayor diferencia al mundo real. La respuesta común a alguien que trabaja en una ONG al preguntar si se cambiaria de pega es; no creo, quizá podría ganar más en otro lado, pero me gusta tanto lo que hago que hoy estoy feliz aquí. En el tercer sector se vive en el presente.

Lo último que le dije que apenas pudiera sumara su fundación a la Comunidad de Organizaciones Solidarias. Me preguntó para qué. Le dije que ahí podría terminar de dibujar su mapa y sólo faltaría empezar a recorrerlo.