Cuando una persona declara no ser vista primero debemos hacer el análisis si realmente está siendo no vista o si aquella persona tiene una dificultad para poder apreciar la mirada de los otros. Pero si suponemos que realmente es una persona que por alguna condición o por las características del grupo que lo rodea, en realidad no es visto, eso le va generar una angustia muy grande y la va a producir una sensación de inseguridad.
La pregunta es por qué el ser humano termina descartando de su campo visual a un otro a pesar de que tenemos una tendencia natural a considerarlo. Podríamos decir que esa tendencia natural está siendo manipulada por una emoción potente que hace que no le interese ese sujeto. Habitualmente esa emoción proviene de un rechazo o discriminación o una enorme agresión.
Los factores que generalmente llevan a la indiferencia son cuatro: Por un lado, hay una falta de generosidad porque no le interesa la vida de esa persona, perdiendo su capacidad de sentir compasión y empatía hacia ese sujeto. También puede haber un alto nivel de agresividad, dado que posiblemente lo que ese sujeto representa en mi despierta recuerdos de resentimiento y de rechazo hacia esa persona.
También puede existir una dificultad de poder conocer quién es ese sujeto y que es lo que representa. El ser humano, aun en las condiciones más difíciles, es un ser atractivo e interesante. Y por último, puede ser porque ese sujeto tiene una tendencia a dejarse impactar por la apariencia externa de la persona y no por el mundo interno. Es decir, no es capaz de rescatar la estética del mundo interno. Esas cuatro razones llevan a un rechazo que se traduce en indiferencia.
Pero al mismo tiempo, en el ser humano se ha ido desarrollando una capacidad de mirar al otro no sólo desde su capacidad física de salud que representa su estética externa, sino también en su capacidad amorosa. Fuimos creando una capacidad de mirar el mundo interno del otro. Eso se fue desarrollando con la cultura de una manera enorme. Hoy más que hablar tanto de que esta persona es tan linda, se hablar de que aquella persona es tan atractiva.
Pero ese atractivo no tiene que ver con la imagen externa, sino con la identidad del otro. Una persona que tiene su identidad bien articulada, es decir, con la capacidad emocional de contener, de contar, de entregar, logra poder percibir los mundos internos de los otros. El sujeto que tiende a ser indiferente frente al otro ser humano es un sujeto que de alguna manera se va a dejar llevar por el impacto del mundo externo. Por ejemplo si es de otra raza, de otra condición física, o si tiene una discapacidad y al impactarse sobre eso no será capaz de captar la persona que hay dentro de esa apariencia. Aquella persona no será capaz de captar que alguien distinto puede ser una persona bellísima por dentro. Y entonces se aleja. Aquello es la base de la discriminación.
La persona que tiene esa felicidad que implica un bienestar emocional producto de haber resuelto y elaborado las emociones negativas que lo desafíos de la vida le ponen por delante, es una persona que tiene mucha más capacidad de poder encontrarse con el otro y no rechazarlo.
La vida es difícil, va poniendo permanentemente desafíos. Los desafíos son anunciados a través de una señal de emoción negativa: culpa, angustia, pena, temor, rabia, etc. En la medida en que no neguemos la presencia de esos desafíos en la vida y los elaboremos, crecemos mentalmente. Y en la medida en que hay más crecimiento mental y más recursos mentales, tengo más capacidad para percibir la vida con más riqueza y más capacidad de ver al otro.
Elaborar las emociones negativas significa ser capaz de padecerlas. Al padecerlas uno vive la emoción negativa, pero es capaz de contenerla y la contención significa bajar los niveles de intensidad de la emoción negativa y al mismo tiempo significarla. Es decir construir un recurso simbólico. Ese recurso simbólico le deja a uno una experiencia en la memoria que lo deja mejor preparado para enfrentar posteriores emociones negativas.
Conversación con Ricardo Capponi, psiquiatra. Primera parte